Actividad Física y Envejecimiento

¿De qué estamos hablando?

La salud de las personas mayores debe medirse en términos de función y no de enfermedad según la Organización Mundial de la Salud (OMS). ¿Por qué? La situación funcional determina mejor la expectativa de vida, la calidad de vida y los recursos o apoyos que se necesitarán. Predice la aparición de discapacidad mejor que la mera suma de las enfermedades que se padecen. 

La actividad física es una forma fácil, efectiva y segura de mantener o mejorar la salud y calidad de vida de las personas, incluidas las mayores. Su gama de beneficios abarca más allá de la prevención y tratamiento de las enfermedades no transmisibles (enfermedades cardiovasculares, cáncer, enfermedades respiratorias crónicas o diabetes) y sus factores de riesgo. La evidencia científica es robusta y apunta también a mejoras en la salud neurológica, la capacidad funcional y el bienestar psicosocial y mental.

Todos estos efectos positivos de la actividad física contribuyen en gran medida al éxito de lo que se conoce como envejecimiento activo. El término activo hace referencia a una participación continua en las cuestiones sociales, económicas, culturales, espirituales, cívicas, etc. y no solo al aumento de los niveles de actividad física. Ahora bien, entre los factores de comportamiento y estilo de vida, la actividad física es el determinante más importante del envejecimiento activo.

Para poder intervenir y ayudar a que las personas mayores aumenten sus niveles de actividad física, es fundamental realizar una valoración previa para conocer la condición física inicial y medir los progresos. La valoración previa consta de:

  • Valoración médica: recomendada para todas las personas mayores de 35 años que desean participar en un deporte o programa de ejercicio.
  • Valoración de los niveles de actividad física actuales.
  • Valoración de la capacidad funcional mediante pruebas de desempeño físico como el SPPB.
  • Valoración del riesgo de caídas.
  • Entrevista clínica, en particular para profundizar en los determinantes sociales de la salud de la persona.

Toda la información recogida en la valoración nos permitirá establecer unos objetivos comunes y aceptados por las dos partes. Tener un objetivo firme motiva a seguir hacia delante. Los objetivos deben ser medibles, alcanzables, realistas, relevantes, acotados en el tiempo y específicos. Es recomendable establecer objetivos a corto y a largo plazo y dejarlos por escrito. 

Tras la valoración y establecimiento de objetivos, hay que diseñar una intervención apropiada para aumentar los niveles de actividad física. Para los adultos mayores, las opciones consisten en actividades recreativas o de ocio, desplazamientos (paseos caminando o en bicicleta), actividades ocupacionales (cuando la persona todavía desempeña actividad laboral), tareas domésticas, juegos, deportes, programas de ejercicio, etc. Hay que guiar a la persona mayor en todos estos aspectos y no centrarse solo en el ejercicio. 

Para lograr un cambio de comportamiento sostenido en el tiempo, son necesarias estrategias para aumentar la motivación: el apoyo social, el establecimiento de objetivos, el afecto positivo y la reestructuración de actitudes negativas, contraproducentes y conceptos erróneos. Estas estrategias motivacionales buscan incrementar la motivación para la actividad física al aumentar la autoeficacia, las creencias de control y las habilidades de autogestión.

Mantenerse activo es una forma estar en el mundo, de derribar los estereotipos de la vejez, de dar sentido a la vida, de tener un propósito, de entrar en contacto con otros, de conservar la salud y de superar barreras. 

Autor: Alejandro Buldón Olalla

 

La actividad física es una forma fácil, efectiva y segura de mantener o mejorar la salud y calidad de vida de las personas, incluidas las mayores. Su gama de beneficios abarca más allá de la prevención y tratamiento de las enfermedades no transmisibles (enfermedades cardiovasculares, cáncer, enfermedades respiratorias crónicas o diabetes) y sus factores de riesgo. La evidencia científica es robusta y apunta también a mejoras en la salud neurológica, la capacidad funcional y el bienestar psicosocial y mental.

 

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